Alexandra Álvarez esperaba con ansiedad en el segundo piso del aeropuerto LaGuardia el 5 de diciembre, cargando a su bebé Mia, a minutos de que la niña cumpliera un año. Miraba más allá de la banda de equipaje y el ajetreo del aeropuerto, con los ojos fijos en una escalera eléctrica.
Álvarez anhelaba ver aunque fuera un instante a su esposo, Manuel Mejía Hernández. ICE lo había separado de su familia el 22 de octubre, cuando agentes lo detuvieron dentro del 26 Federal Plaza antes de enviarlo en una odisea que terminaría en un centro de detención en Arizona. Hernández no tiene antecedentes criminales.
Después de una larga batalla legal y semanas de angustia, Hernández finalmente bajó por la escalera eléctrica ese viernes por la noche. Aún vestía la misma ropa del día en que lo arrestaron. Lo que siguió fue un reencuentro agridulce, un verdadero milagro de Navidad.
Álvarez le señaló a Mia que su papá estaba allí. Él corrió hacia la niña y le dio un beso inmediato en la mejilla, pero ella no lo reconoció; para Mia, su papá había estado lejos demasiado tiempo como para recordar su rostro.

Foto de Dean Moses

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Aun así, él la cargó y abrazó a Álvarez en un abrazo grupal lleno de lágrimas, con el árbol de Navidad del aeropuerto brillando detrás de ellos.
Ambos padres lucharon por contener el llanto mientras algunos viajeros recién llegados los miraban sin saber el dolor que habían vivido. La familia, por fin, estaba reunida.
“Siento que se me quitó un peso. Ya no cargo una carga encima”, dijo Álvarez. “Le doy gracias a Dios y por todo lo que ha pasado. Porque, a pesar de todo, cada día, en cada situación, cuando las cosas se complicaban, siempre se abría una puerta”.
Hernández todavía lleva un recordatorio de su detención: un grillete GPS en su pierna izquierda. Relató cómo lo que empezó como un chequeo rutinario con inmigración terminó en un recorrido por varios centros de detención y facilidades privadas.

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“Nos pusieron grilletes y nos trasladaron a El Paso, Texas. En ese viaje, apretaron demasiado las esposas de los tobillos. Me dolían. Incluso me patearon”, recordó Hernández.
‘Cada noche recé’ por la liberación, cuenta el padre de Queens
Describió que los guardias lo mantuvieron a él y a otros detenidos esposados y encadenados por hasta 48 horas, dándoles solo un sándwich y una manzana.
Ya en el centro de detención, se apuntó a trabajar en la lavandería por apenas un dólar al día, doblando ropa y ropa interior usada para ganar un plato extra de comida. Observó que el centro operaba con donaciones mientras los detenidos seguían sin ropa limpia, sin atención médica y sin un trato básico digno.
“Vinimos con el deseo de salir adelante”, dijo Hernández, expresando su frustración con el sistema. “La mano de obra inmigrante es la base de este país”.
Pese al maltrato, buscó refugio leyendo la Biblia junto a otros detenidos. Su único anhelo era regresar a tiempo para el primer cumpleaños de su hija.

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“Cada noche recé y le decía a Dios: ‘Esto ya está por terminar. Que sea el mejor regalo pasar el primer año con mi hija’,” recordó.
En noviembre, nuestra publicación hermana, amNewYork, visitó a Álvarez en su casa de Queens mientras intentaba cuidar sola a su familia. Con Mia en brazos, contó que huyeron de Ecuador después de que una bomba destruyera su hogar, todo porque Hernández trató de alejar a jóvenes del narcotráfico.
“Tienes que quedarte callado porque es peor decir que sabes quiénes son, porque eso te cuesta la vida. Matan a tu familia”, explicó Álvarez, señalando que en Ecuador este tipo de acciones ponen a las víctimas en grave riesgo.
Una celebración de libertad y un cumpleaños muy especial
Durante el otoño, una nube oscura pareció acompañar a Álvarez mientras luchaba por el regreso de su esposo. Pero el 6 de diciembre, mientras preparaban la fiesta de cumpleaños de Mia, el ambiente había cambiado por completo.
Esa nube desapareció y la casa se sentía más luminosa mientras la pareja inflaba globos y decoraba un pastel rosado.

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Uno a uno, los familiares fueron llegando para cantar y celebrar no solo el cumpleaños de la niña, sino también el reencuentro. Seres queridos de toda la ciudad llegaron para cantarle cumpleaños feliz a Mia, una celebración que escuchará contar por el resto de su vida.
La familia también agradeció al padre Fabián Arias de la iglesia Saint Peter’s, a la oficina del congresista Dan Goldman y a su equipo legal por ayudar a reunirlos nuevamente.
Mientras las velas brillaban sobre el pastel, el grillete de Hernández destellaba también, un recordatorio silencioso de que su futuro sigue incierto. La familia apagó las velas pidiendo un único milagro: poder quedarse y no volver a separarse jamás.
La oscuridad que alguna vez marcó a esta pequeña familia se disipó entre colores y cariño, su risa llenando la mesa mientras compartían un plato de ceviche recién preparado.
“Diez años trabajando aquí, poder retirarme y darle a mi hija lo suyo —lo mismo para mi esposa”, dijo Hernández sobre su esperanza para el futuro. “Seguir. Vivir en paz. Una vida tranquila, como siempre la he tenido”.





















