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El dolor se instaura en Las Vegas

Varias personas asisten conmocionadas a la vigilia en memoria de las víctimas del tiroteo masivo ocurrido en Las Vegas.

Carlos R., un enfermero de Las Vegas, está exhausto. Lleva casi 20 horas, desde que le alertaran del tiroteo ocurrido la pasada noche, donde murieron 59 personas y más de 500 resultaron heridas, buscando a su mejor amigo. No hay ni rastro de él, un drama que sufren decenas de familias.

El peor tiroteo masivo registrado en la historia moderna de EEUU fue obra de Stephen Paddock, un hombre blanco de 64 años, quien abrió fuego durante varios minutos desde su habitación del piso 32 del hotel Mandalay Bay a las 22.08 del domingo hora local (05.08 GMT del lunes).

El objetivo: una multitud de más de 22.000 personas que asistían en la calle a un concierto al aire libre del festival country Route 91 Harvest.

«Mi amigo fue con otros conocidos míos al concierto de Jason Aldean. Uno de ellos va de caza todo el rato y sabe perfectamente cómo suena un balazo, así que echó a correr de inmediato junto al resto. Pero mi amigo no estaba en ese momento con ellos. Debió ir a por una bebida o algo así. Desde entonces, no contesta al teléfono», explicó Carlos a Efe.

«He ido a la oficina del forense primero. Después he acudido a varios hospitales. Su nombre no figura en ningún sitio. Ojalá se le haya perdido el teléfono y por eso no lo hemos localizado aún», dijo con tono resignado.

La misma situación se repetía a las puertas del pabellón sur del Centro de Convenciones de Las Vegas, donde se ha organizado el centro de reunificación familiar para los familiares y conocidos de las víctimas.

Allí, un goteo incesante de voluntarios traían comida y bebida para quienes lo necesitasen. Y los que se veían obligados a quedarse fuera -las autoridades indicaron que no necesitaban más ayuda ni más recursos-, permanecían a la espera, preparando flores y pancartas de apoyo.

Pero, en mitad de esas escenas de esperanza, el dolor irrumpía cada pocos minutos.

Varios policías trabajan en el lugar donde se produjo un tiroteo indiscriminado la pasada noche en Las Vegas.

«Salí anoche a las 23.00 y no voy a volver a casa hasta que me aclaren qué ha sido de mi hija. No me quedan lágrimas. Sé que está muerta, pero necesito que me lo digan», aseguraba una mujer de unos 40 años, vestida aún con el pijama con el que salió de su hogar.

Otra mujer de unos 50 años se quitaba las gafas de sol que cubrían sus ojos hinchados para detenerse un momento y explicar la situación que se vivía en el interior del edificio.

«Aquí no hay cuerpos. Solo cogen tus datos para asegurarse de que te llaman cuando sepan algo. Mi marido ha muerto. Lo sé porque estaba con él», confesó mientras se secaba las lágrimas.

Otro afectado, Robert Patterson, tampoco conoce el paradero de su mujer, Lisa, que estaba en el concierto junto a tres amigos. Todos salieron huyendo despavoridos y se encontraron en el hotel donde se hospedaban, el Tropicana. Todos, menos Lisa.

«Sus amigos me dijeron que la habían disparado. Tienen todos mis datos pero nadie me llama para ponerme al día. Creo que ha muerto, no lo sé. Estoy perdiendo la esperanza», sostuvo con tono desesperado este padre de tres a cuya hija pequeña, de 8 años, aún no ha comentado nada sobre lo sucedido.

«Mi mujer ya me habría llamado», declaró.

La población de Las Vegas, que ha reaccionado de forma admirable y ha llenado los bancos para la donación de sangre, se fue congregando en rincones concretos de la ciudad para recordar a las víctimas.

Especialmente emotiva fue la vigilia celebrada a la entrada del ayuntamiento de la ciudad, donde habló la alcaldesa, Carolyn Goodman, acompañada por funcionarios y pastores que portaban 59 velas en memoria de los muertos.

«El tirador pensaba que podía destruir lo que somos, pero eso nunca ocurrirá», manifestó Goodman, antes de que varias personas, abrazadas, se lanzaran a orar y cantar. «Esta reacción no se quedará aquí en Las Vegas, como dice el dicho; esta reacción emocionará al mundo», agregó.

Más allá de las incesantes donaciones de sangre y la constante aportación de alimentos no perecederos, un fondo de ayuda para los damnificados llevaba recaudados 1,2 millones de dólares en apenas diez horas.

«Tenemos los ojos rojos de llorar, pero al menos esto nos ha unido», concedió Carlos antes de entrar en el Centro de Convenciones para tratar de localizar a su mejor amigo.

Anochece en Las Vegas y los neones de los hoteles reclaman su protagonismo como si nada hubiera pasado, aunque esta vez, entre los carteles de los espectáculos más famosos de la ciudad, emerge un poderoso luminoso con la frase «Pray for Las Vegas» («rezad por Las Vegas»).

«El mal ha asomado su rostro, pero esto nos hará más fuertes. La bondad prevalecerá», señaló durante la vigilia el pastor Troy Martinez.

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